Texto escrito para la inauguración de El agua se va por la salida, exposición de Gabriela Claverías Valenzuela en Balmaceda Arte Joven Valparaíso, en marzo del 2020
Estamos en Crisis con c mayúscula, ¿cierto? Pero, ¿Qué nombre podríamos darle? ¿Global, humanitaria, ambiental, de conciencia, de la extinción masiva? Que unos pocos la nieguen o relativicen, no enseña sino su realidad: piensa un momento abrumador, desgarrador, violento, y luego las muchas veces que has escuchado exclamar “esto no puede estar ocurriendo, no es real, seguro un sueño”. Me refiero a que la posibilidad de ignorar la crisis, y de evadir la emoción que provoca, es parte misma de su efecto, de su saludo de bienvenida: ante los desastres, como seres conscientes, podemos elegir la evasión.
Como ejemplo pensemos la lluvia, mas bien la falta actual de gotas cayendo. Este hecho nos provoca dudar si se trata de otro ciclo terrestre de desertificación o una completa anomalía, una distorsión de los ritmos planetarios provocada por nuestra agencia en la emergencia del petróleo y el plástico. A modo de metáfora, podemos ignorar el hecho que vamos cayendo por un barranco o aceptarlo y alcanzar a elegir nuestras acciones en ese momento crítico. Se trata de pensar el cielo seco como un tipo de sombra abrumadora, como la presencia contradictoria de un vasto poder invisible.
La crisis está acá con nosotros, estamos en ella y se vive como falta de gotas, como insolación de medio día o como extinción diaria de especies. Aceptar esto significa entender, por ejemplo, que la curva U del inodoro, como comenta el filósofo inglés Timothy Morton, no enviará cosas allá lejos, dejando limpio mi lugar, sino que solo llevará mi basura al océano pacifico, lugar desde donde tomamos cosas para alimentarnos; vaya paradoja, que ejercicio de pensamiento más simple.
Ya no hay un lejano donde dejar lo que no queremos, sin que ello nos afecte tarde o temprano. Podríamos decir que el planeta entero es ese lugar de desecho y no es posible seguir eludiendo el efecto retorno de nuestras decisiones. Darnos cuenta que lo que creíamos «mi mundo» no se condice con la experiencia actual es otra manifestación de la crisis, y aceptarlo nos abre a un smashana.
Este concepto, según Morton, indica un lugar de “vida en la muerte, un lugar para zombies, viroides, ADN basura, fantasmas, silicatos, cianuro, radiación, fuerzas demoníacas y contaminación”, algo que sería mucho más adecuado para retratar el estado actual del planeta que habitamos. Abrir una temporada en el smashana y permanecer, permite romper con las estetizaciones pastoriles y reconocer que coexistimos con -y en- entidades nocivas gigantescas. Desde aquí que coincida con Gabi cuando dice que su arte hace “aparecer desde la oscuridad una monstruosidad siempre presente, conectando un afuera con un adentro”, trabajo del desecho como proyección desveladora de las ideas que tenemos del mundo, como catalizador de nuestras emociones y las gotas que podríamos dejar caer sobre nuestras mejillas, como portal a esa otra dimensión que ya habitamos, pero que todavía negamos.